Me miras, te miro, me sonríes y te sonrío. Me preguntas, qué tal, y yo igual. Genial, a semifinales, cómo no. Tu cara y tus ojos me hechizan de todo lo demás; tienes unos labios que me los comería enteros, sin parar, eso es lo que pienso al mirarte. Un cigarro, otro, estamos afuera, y hace mucho frío. Tú tienes tu casa al lado, sola, para quien quiera ir. Vamos, supuestamente a tomar un café, ya que por allí no hay nada que hacer. Acabamos liándonos en el ascensor, intentando abrir la puerta con esfuerzos. Me tocas, te toco, me cargas en brazos, tiro el bolso, me quito la camiseta. Me lames, me muerdes, me besas. Y te araño, te muerdo los labios, esos labios que tienes, y te miro esos ojos tan increíbles que tienes. Vamos a la cama, a la puta cama. Me tiras, literalmente, me tiras. Pones música, lo que suena es un oi! bien duro, hardcore oi! para marcar bien el ritmo. Y me comes la boca y vas bajando hasta… y así, hasta que acabo, cómo no, con esa lengua prodigiosa que tienes, con esa boca y esos labios que me vuelven loca. Y ahora es mi turno. La tienes como nunca la habías tenido, y es mi turno. Y sabes que soy buena, jadeas una y otra vez, agarrándome el pelo, mordiéndote los labios. Lamiendo cada lado, la punta, toda en la boca una y otra vez. Y terminas, terminas y yo me lo trago todo, para que veas que me gusta, que soy la mejor, que lo tienes que reconocer… no hay nadie que me gane en eso, o no al menos de las que te lo han hecho a ti. Volvemos a empezar, y todo se recobra de nuevo. Mis gemidos, tus jadeos y tu p*lla. Todo vuelve a empezar y ya está que no podemos más. Una y otra vez, de todas las maneras posibles me haces tuya una noche, y yo te hago mío también. Gritos, gemidos, jadeos, suspiros, “¡joder, joder!”, resuena en tu mente mientras yo suelto aire con una amplia sonrisa dibujada en mi cara. Nadie nos puede parar, nuestros fluidos se mezclan, y ya todo está escrito. Mi mirada y mi sonrisa te tienen embrujado, no puedes escapar de mí, no más.